¡Es la guerra!

Publicado el 27 de febrero de 2008 en Libros por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 13 minutos y 30 segundos
Este artículo se ha visitado: 11.690 views

Esta es la tercera entrega de Jesús Hernández. Ya os hablé de los dos libros anteriores 1 y 2, y tal y como estos últimos estaban muy centrados en torno a la Segunda Guerra Mundial, el que hoy os recomiendo toca momentos de la historia mucho más dispares. Os comento por encima algunas de las cosas que dice.

Habla de un ejército llamado de los “Inmortales”, que tenían lujos, caravanas con mujeres y que disponían de criados, del porqué de su nombre y de cómo fueron derrotados; de cómo en el año 480 a.C., Jerjes de Persia ordenó que las aguas del mar fueran azotadas con un látigo; de cómo se perdió una flota por hacer caso a los adivinos que acababan de ver un eclipse de Luna; de cómo Temístocles paró un golpe de bastón que le iba a dar Euribíades con la frase: “Pega pero escucha”; de cómo una respuesta escueta dio luz a la palabra “lacónico” (dicha respuesta la habían dado los lacedemonios); del durísimo entrenamiento de los espartanos (reíos de los boinas verdes, los “paracas” o los legionarios); de cómo Alejandro Magno rompió el nudo Gordiano; de cómo la tensión guerrera de unos soldados de Aníbal quedó en nada después de estar esperando en Capua para avanzar y conocer los placeres y lujurias de dicha ciudad; de cómo Aníbal simuló un ejército atando ramas a los cuernos de los bueyes y prendiéndoles fuego; de la respuesta de Marco Pompilio a los compatriotas de Viriato que le quitaron la vida e ir a pedirle la recompensa: “Roma no paga a traidores”; de la dureza de las legiones romanas que atacaban en forma de testudo o tortuga, lo que los convertía en una auténtica máquina de matar; del primer objetor de la historia, que data del año 289 a.C. y que acabó, ante su firmeza, decapitado; de cómo las fuerzas del Papa Gregorio III no tuvieron piedad de sus enemigos y el agua del río Po se tiñó de rojo, tanto que durante 6 años los habitantes de Ravena no pudieron comer pescado; de cómo los toltecas no mataban ni herían a sus enemigos, sino que los convertían en sus esclavos; de cómo Basilio II devolvió el los soldados enemigos al rey de los búlgaros sin ojos, y que, según cuenta la leyenda, murió de desesperación al verlos; de cómo un soldado noruego acabó con 40 sajones; de cómo en una batalla perdida por los franceses lograron capturar un sólo prisionero que, llevado por la euforia, les había perseguido más allá de donde debía.

Está claro que la Iglesia ha tenido sus influencias a lo largo de la Historia, pero, desde luego, ha sido nula en lo que a evitar armas se refiere. En 1139 el Papa Inocencio II, en el Segundo Concilio de Letrán, proscribió el uso de la ballesta describiéndola como “un arma detestable para Dios e indigna para los cristianos”. Se sostuvo que una guerra llevada a cabo por medio de proyectiles no era cristiana. Uno no puede dejar de preguntarse si las que se llevaban a cabo con espada sí eran cristianas y cómo deberían hablar de las armas actuales, incluyendo las biológicas y nucleares.

El libro habla también de cómo Gengis Khan conquistó Wolohai con mil gatos y diez mil golondrinas; de cómo el arzobispo de Narbona en 1209 entró en Beziers y, sabiendo que muchos de sus prisioneros eran católicos y que no podría diferenciarlos de los no católicos, ordenó: “Matadlos a todos. Dios sabrá reconocer a los suyos”; de cómo, convencidos de la bondad de Dios sobre los niños (y bendecidos por el Papa Inocencio III), hicieron un ejército de éstos que acabaron casi todos como esclavos, cayendo bajo las normas musulmanas; de cómo los suizos se han defendido de forma muy hábil a lo largo de la historia, desde tirando piedras a sus enemigos hasta extenuándolos haciéndoles correr tras ellos; de cómo dos liebres impidieron que se enfrentaran un día franceses e ingleses en una batalla; de cómo a los arqueros ingleses que eran capturados por los franceses les cortaban los dedos índice y corazón para que no pudieran volver a disparar flechas (más de este detalle aquí); de la guerra más larga que es, sin considerar las cruzadas como un sólo conflicto, la Guerra de los Cien Años; de cuál fue la batalla medieval más sangrienta, y no es otra que las Dos Rosas, en la que hubo una lucha cuerpo a cuerpo que duró unas 6 horas con un desenlace de unos 30.000 muertos; de cómo el personaje que inspiró a Bram Stoker a escribir “Drácula” se basa en un personaje real llamado Vlad Draculque tenía como obsesión empalar a sus víctimas, tanto que fue conocido como “Vlad El Empalador” (ver el comentario); de cómo la batalla de La Bicocca se convirtió en una bicoca (de ahí viene la palabra); de cómo un chico con un bote de remos se libró de dos soldados germanos en tiempos de Roma; de cómo sitiar una fortaleza se convierte en un fracaso si no pagas a los soldados; de cómo los turcos lucharon contra los cristianos ¡arrojándoles limones! y cómo Juan de Austria prometió liberar de las galeras a sus hombres si ganaban la batalla y al ser así y quedarse sin remeros obligando a los jueces y alcaldes a condenar cualquier delito con galeras (para que te fíes de los mandarines); de cómo Isabel Clara Eugenia de Austria prometió no cambiarse la camisa hasta que la ciudad de Oytende cayera, y cayó … después de 3 años; de cómo miles de cangrejos asustaron a los marinos ingleses en 1654 cuando pretendían tomar la isla de Jamaica; de cómo en 1683 el rey de Polonia, Juan III Sobieski, fue a ver al Papa y decirle la famosa frase “Llegué, vi …” y ante la mirada severa del Papa, concluyó: “… y Dios venció”; de cómo surgieron los croissants, que tienen forma de media luna, insignia de la bandera turca porque los panaderos que trabajaban de noche en Viena los detectaron y dieron la alarma; de cómo un rey evitó caer muerto por una carta envenenada en 1708 y le quitó importancia diciendo: “no te preocupes, desde hace un tiempo suelo recibir cartas de este tipo…”; de cómo la mayonesa salió de Mahón (Menorca, se llamaba “Salsa de Mahón”) y la popularizó el duque de Richelieu (no confundir con el cardenal fallecido un siglo antes).

A veces, los militares reaccionan de modos un tanto extraño (por supuesto, muy de lejos de los científicos). En una ocasión, mientras Luis XIV pasaba revista a sus tropas, el caballo de un mosquetero se encabritó y al tratar de dominarlo el sombrero le cayó al suelo. Un soldado lo ensartó con su espada y se lo presentó al mosquetero. En lugar de agradecérselo, el jinete exclamó:

- ¡Por Dios” ¡Hubiera preferido que me hubieran clavado a mí la espada que no al sombrero!

Al oír eso Luis XIV le preguntó por qué de esa afirmación:

- Señor – le respondió el mosquetero- porque al cirujano no debemos pagarle al momento, pero al sombrerero sí…

También trata de cómo un soldado, después de haber ganado una batalla, se quejaba de la cantidad de sangre que había derramado por cuatro peniques: su paga diaria; de cómo en un duelo entre dos hombres sentados en barriles de pólvora contenían en realidad, cebollas; de cómo un general quiso tranquilizar a su tropa de los silbidos de las balas diciendo que eran moscas y el resto de los generales le contestaron: ¡de las que pican!; de cómo Von Winterfeld logró recuperar la amistad con Federico de Prusia a través de una ingeniosa broma; de cómo el general Hodge, tras ser derribado dos veces de su caballo, concluyó que querían hacerle servir en infantería; de cómo el temor a Napoleón era tal que cuando unos soldados austriacos rodearon al corso, dichos soldados afirmaron que en realidad eran ellos los rodeados; de cómo Nelson afirmaba no ver nada por su catalejo ya que miraba con el ojo tuerto; de cómo Napoleón acabó con 12.000 soldados enemigos ordenando disparar a los cañones contra un lago helado sobre el que se batían en retirada; de cómo Wellington, en lugar de arrestar a sus hombres, les aplicaba el castigo del latigazo y así podían seguir luchando (un hombre arrestado no está en el campo de batalla); de cómo los franceses aprendieron a hacer el consomé de los libros que se llevaron del monasterio de Alcántara (en realidad era el caldo “consumado”); de cómo el capitán Pakenham recibió una herida en un lado del cuello en 1803 dejándole la cabeza ladeada y en 1809 otra en el otro lado del cuello que le hizo recuperar la posición normal; de cómo un soldado cegato engañó a un médico haciéndole creer que tenía una vista mejor que él; de por qué, de todos lo barcos franceses que capturaban los británicos, enviaban las plantas y semillas que encontraban a la emperatriz.

Dicen que las mujeres se han liberado durante el siglo XX y han podido, por fin, entrar en el ejército. Pues sabed que ya hubo una mujer soldado en el ejército de Napoleón. Más de un hombre quiso abordarla, pero retaba a duelo a todo aquel que lo intentaba y la acabaron apodando “La Casta Susana” (referencia al personaje bíblico de Susana, en el libro de Daniel).

También trata de cómo animaron a un general al que había que amputarle una pierna diciéndole la única ventaja: que a partir de entonces tendría que lustrar una bota; de cómo, cuando un general fue sometido a un consejo de guerra por conspirar contra Napoleón y preguntarle con qué cómplices contaba, contestó al juez: “Con vos, si hubiéramos triunfado”; del tamaño del pene de Napoleón que salió a subasta en Christie’s en 1972: nadie quiso pujar ni por el precio de salida (¿alguien pagaría por tener el pene de Napoleón en casa?); de cómo Montgomery quiso llegar a Waterloo en un taxi londinense, y al ser preguntado por si era a estación el lugar exacto, contestó que para la batalla llegaba un poco tarde (hacía unos 150 años de la misma); de que los restaurantes parisinos se llaman “bistro” por la expresión rusa en las tabernas ¡vystro, vystro! (deprisa, deprisa).

También habla de lo que es burocracia y cómo se acentúa en el ámbito militar; de cómo dicha burocracia militar (y el morro de más de un aprovechado) hizo que los soldados de Crimea recibieran botas malísimas y los obligara a avanzar hacia el frente ¡en calcetines!; de cómo el mayor Foley pidió unos cuántos clavos par hacer una reparación, pero los vendían en bloques … de una tonelada; de cómo en La carga de la Brigada Ligera, el general Pierre Bousquet dijo: “Es magnífico, pero la guerra no es esto”; de cómo, aunque los soldados den la vida en las guerras, caen en el olvido, por ejemplo: en París existe el puente de Alma para conmemorar la Guerra de Crimea, pero hoy tan sólo es famoso porque en él murió Diana de Gales; de la curiosa anécdota del ducado de Berwick que no se incluyó en el Tratado de Paz entre varios países, incluidas Inglaterra y Rusia, y estuvo técnicamente en guerra contra Rusia durante las dos guerras mundiales … al firmar el tratado de paz en 1966 el alcalde dijo al enviado de Moscú: “Por favor, diga a los ciudadanos soviéticos que ya pueden dormir tranquilos”; de cómo la incompetencia de algún general puede significar la muerte innecesaria de muchos hombres en un conflicto; de cómo el ejército de Abraham Lincoln contrató una agencia de detectives privados a través de McClellan, un general que pecaba de ser demasiado cauto, tanto que dicen que la prudencia de dicho general fue el mayor enemigo de las fuerzas nordistas; de cómo Hill y McClellan habían estudiado juntos en West Point y habían ido detrás de la misma muchacha, Nellie Marcy, pero ahora luchaban en diferentes bandos y se tenían un odio atroz y los soldados de McClellan, al ver los durísimos castigos de Hill, llegaron a la conclusión que el odio era el culpable, y un soldado exclamó: ¡Por Dios, Nelly! ¿Por qué no te casaste con él?; de cómo la burocracia militar hace que el nombre de un soldado mal registrado no pueda corregirse; de cómo cuando a un general americano un jefe comanche le dijo: “Yo, indio bueno”, el general respondió: “Los únicos indios buenos que he conocido estaban muertos”; de cómo un caballo fue tratado con honores por ser el único superviviente en la Batalla Little Big Horn; de cómo unos soldados perdieron una batalla porque la caja que debía contener balas contenía galletas u otra cuyos tornillos no pudieron retirar y el enemigo los capturó por esa circunstancia; de cómo, cuando los zulús iban demasiado lentos, el rey de los mismos se acercaba al que iba último y le clavaba la lanza (ya os podéis imaginar cómo corrían sin querer ser nadie último); de cómo una rebelión popular estaba encabezada por Hung Hsiu-Chuang que decía ser ¡el hermano menor de Jesucristo!; de cómo las imposiciones occidentales a los chinos eran humillantes como las puertas de un parque en las puertas de Shangai que rezaban: “No se permite la entrada de perros y chinos”; de cómo la película “55 días en Pekín” fue rodada en el madrileño municipio de Las Rozas y, como necesitaban extras de raza china, contrataron a casi todos los cocineros y camareros chinos que trabajaban en Madrid; de cómo a un general que se había retirado antes de empezar una batalla asegurando que lo había hecho “sin perder ni un caballo, ni una bandera y ni un cañón”, otro general añadió: “y sin perder un minuto”; de cómo un traslado a la otra orilla de un río se hizo demasiado lenta como para que llegasen los refuerzos del ejército contrario y dicho retraso había sido por las pertenencias personales del general, que incluían numerosas cajas de vino de Oporto y de champán, con lo que el traslado se prolongó ¡26 horas!; de cómo los soldados británicos criticaban a los bóers porque “se esconden como cobardes detrás de las piedras y sólo disparan cuando se encuentran a cubierto”, y la verdad es que los bóers empleaban tácticas de guerrilla contra unos ingleses que pretendían batirse en campo abierto; de cómo, ante la escasez de vehículos militares, en algunas contiendas los soldados franceses llegaron al frente en taxi y los ingleses en autobús de línea; de cómo los soldados llenaban sus botas con orina y las dejaban así toda la noche para que se ablandaran; de cómo había ingleses de las zonas rurales que no conocían los inodoros y los veteranos decían que eran para lavar los calcetines … hasta cuando tiraban de la cadena; de cómo en la Primera Guerra Mundial las muchachas entregaban una pluma blanca a los muchachos que no querían alistarse y aun joven estudiante le paró una de estas damiselas que le dijo con voz altanera: “Me sorprende que usted no esté luchando por defender a la civilización” y el joven replicó: “Señora, más bien creo que yo soy la civilización, que está luchando por defenderse”.

También nos cuenta la historia de cómo un aviador francés llamado Roland Garrós (¿os suena?) tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en suelo alemán y éstos aprovecharon para ver la técnica que utilizaba para disparar a través de la hélice de su avión, pero lo único que tenía era la hélice reforzada y hubo que esperar a Antonius Fokker a que comprara la patente de un ingeniero suizo llamado Franz Schneider para poner el mecanismo que más adelante se popularizó; también nos cuenta la historia de Manfred von Richthofen, más conocido como el Barón Rojo y de cómo, cuando fue derribado, de los restos del avión desaparecieron todas sus piezas a modo de souvenirs quedando sólo la estructura; de que durante la Primera Guerra Mundial se fabricaron cerca de 100.000 millones de balas, suficientes para matar unas 45 veces a toda la población mundial del momento; de cómo un grupo formado por cuatro chicas acabaron con los principales peligros de los abastecimientos de comida que no eran otra cosa que alimañas que destrozaban las cosechas y atacaban a las aves, pues en 14 meses capturaron 7.689 ratas, 1.901 topos, 1.668 zorros y 35.545 conejos que se habían convertido en una plaga; de cómo el futuro presidente Nixon empezó como ayudante de cocina pero que ahorró 10.000 dólares … ¡jugando al póker!; de cómo unos soldados que se aburrían organizaron profesionalísimas carreras de cucarachas; de cómo el perro del general Charles Gerhart, llamado D-Day, acostumbraba a ir erguido en el coche y controlaba que los soldados llevaran el casco atado haciéndose, además, dueño del campamento; de cómo unos soldados en cautiverio atraían piojos introduciéndose bolas de lana en sus ombligos y los depositaban luego en las camas de los japoneses que no entendían de dónde salía todo aquello.

En 1989, George Bush padre y su esposa Bárbara asistieron a una cena del palacio Imperial donde Hirohito ejercía de anfitrión. La conversación entre Bárbara y el emperador Hirohito es para enmarcar:

- Así que este Palacio Imperial es nuevo, ¿no? – preguntó Bárbara.
- En efecto, está construido justo en el lugar en que estaba el antiguo – dijo Hirohito.
- ¿Y qué sucedió con el anterior? ¿Se vino abajo debido a su antigüedad?
- Pues no, lo bombardearon ustedes…

También explica cómo las muchachas de Bratislava pudieron entorpecer la entrada de soldados rusos a la ciudad vistiendo provocativas minifaldas, aunque la mayor parte de muertos fueron en borracheras de los rusos, en las que se dedicaban a disparar al primer civil que se cruzaba en su camino; de cómo durante la guerra de Vietnam los americanos tuvieron el 86% de sus efectivos allí, pero no por enfrentamientos, sino por mantener su estilo de vida construyendo allí tres factorías lecheras y ¡40 fábricas de helados!; de cómo un partido de fútbol entre Honduras y El Salvador fue el detonante de una guerra y de cómo unos agentes de policía detectaron en su radar un vehículo a 450 km/h en 1999, que no era otra cosa que un Panavia Tornado de la OTAN y que a punto estuvo de lanzar un misil a dicho coche (imaginad la pérdida económica en multas, ¿no?).

¿Queréis más? Pues os recomiendo leer el libro.

Portada del libro

Título: “¡Es la guerra!”
Autor: Jesús Hernández

Otras opiniones del libro:
http://www.comentariosdelibros.com/come2002-1/book0068-2002.htm



Hay 10 comentarios a '¡Es la guerra!'

Subscribe to comments with RSS or TrackBack to '¡Es la guerra!'.

  1. #1.- Enviado por: Dicari

    El día 27 de febrero de 2008 a las 06:46

    Primero que nada, excelente blog!

    Pero una cosa, la guerra más larga puede que no sea esa. Los conquistadores españoles estuvieron en guerra con los mapuches chilenos ¡unos 300 años! aunque hay fuentes que fijan el fin de la guerra antes:
    http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_Arauco

    Saludos, y repito, gran blog!

  2. #2.- Enviado por: Banyú

    El día 27 de febrero de 2008 a las 15:35

    Vlad Tepes. Vlad Dracul era su padre.

  3. #3.- Enviado por: Iñaki

    El día 27 de febrero de 2008 a las 19:13

    Aunque he leído otros libros de Jesús Hernández (descubiertos en tu blog) este todavía no aunque lo he buscado en la biblioteca. Desde luego tiene buena pinta… habrá que pillarlo.
    Un saludo.

    PD. Ah..¡¡ Gracias por el “aquí” ;-)

  4. #4.- Enviado por: benxa

    El día 27 de febrero de 2008 a las 20:10

    Muy bueno Jesús Hernández.
    Sobre la guerra entre Honduras y El Salvador es muy recomendable “La guerra del fútbol”, de Ryszard Kapuscinski.
    Saludos.

  5. #5.- Enviado por: omalaled

    El día 29 de febrero de 2008 a las 17:48

    Dicari: muchas gracias. Habría que comentárselo al autor que tiene un blog. Pero vamos, 300 años de guerra es para pensárselo …
    Banyú: pues lo he mirado en la wikipedia y, efectivamente, era el hijo de Dracul. Sucede que a este lo llama “Draculea” y dice que Tepes es precisamente el mote de empalador. Pongo una nota para que se mire el comentario, pues no me queda muy claro.
    Iñaki: Je jeee, seguro que es de los que te gustan :-)
    benxa: sabía que el fútbol tiene aficionados agresivos … pero no hasta ese punto :-)

    Salud!

  6. #6.- Enviado por: panta

    El día 29 de febrero de 2008 a las 22:55

    Efectivamente el libro es muy entretenido – aunque has hecho mucho ‘spoiler’ ;) -
    Por cierto el autor tiene un blog
    Saludos.

  7. #7.- Enviado por: Isod

    El día 29 de febrero de 2008 a las 23:10

    Jolín… pues yo quiero más “spoiler” :D, que tanto comentario a medias me va a obligar a leerme el libro!
    (Es que estoy ahora con 3 a la vez, y unas cuantas decenas en cola).

  8. #8.- Enviado por: Ahskar

    El día 1 de marzo de 2008 a las 15:00

    Panta, muchas gracias por el blog!! otro más que añadir a la lista de webs a visitar a diario…

  9. #9.- Enviado por: E8

    El día 10 de marzo de 2008 a las 18:27

    Matalos!, matalos a todos y que dios se encargue de juzgarlos
    E. King
    A que mola ser humano….

  10. #10.- Enviado por: omalaled

    El día 10 de marzo de 2008 a las 18:34

    Matadlos a todos. Dios sabrá reconocer a los suyos Se parece un montón …

    Salud!

Esta web utiliza cookies, ¿estás de acuerdo? plugin cookies ACEPTAR