[Libro] Gracias a la vida

Publicado el 2 de abril de 2011 en Libros por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 10 minutos y 44 segundos
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Jane Goodall, la autora del libro que hoy os quiero comentar, de pequeña, antes de la era de la TV y de los juegos informáticos, disfrutaba de jugar al aire libre, jugando en los rincones de su jardín, familiarizándose con la Naturaleza. Su madre no sólo permitió su pasión, sino que la fomentó su pasión por las cosas vivas, enseñándole a su vez a creer en sí misma. Cuando tenía poco más de un año, su padre le regaló un peluche de chimpancé grandote y mullido, creado con el motivo del nacimiento de la primera cría de chimpancé en el zoológico de Londres, llamada Jubilee. Así se llamó aquel peluche, y Jane lo ha llevado consigo toda su vida.

Se preguntaba dónde tenía la gallina tenía un agujero lo suficientemente grande como para que de ella saliera un huevo. Estuvo 4 horas escondida observando un gallinero hasta que lo vio. Entonces, salió corriendo a su casa a explicarlo a su madre. Habían llamado a la policía porque la habían dado por desaparecida esas 4 horas. Tenía una haya en su jardín a la que se subía muchas veces. Afirma que leyó casi todos los libros de Tarzán subida en las ramas de aquel árbol. Estaba celosa de Jane. Desde la edad de 8 años soñaba con ir a vivir a África y estar allí, en un medio de animales salvajes.

Y así lo hizo. Fue a Kenia, donde conoció a Louis Leakey. Y no pudo caer en mejores manos porque, por aquella época, Leakey quería conocer el comportamiento de los ancestros del hombre. Decía que para comprender los orígenes del hombre había que familiarizarse no sólo con los huesos y útiles fosilizados, sino con los descendientes vivos de las criaturas prehistóricas. A partir del desgaste de los dientes fosilizados podía intuir el tipo de dieta que tenían. Tenía mucho interés en los chimpancés, gorilas y orangutanes. Afirmaba que cualquier conducta común a los chimpancés y a los humanos actuales podía haber estado en un ancestro común. Había aprendido él solo a producir útiles de piedra y solía especular sobre o que el hombre hacía en la Edad de Piedra, su manera de cazar y sociedad en la que vivía.

Pues bien, así estaba la cosa cuando apareció Jane Goodall. Leakey la hizo su secretaria y tuvo en ella una enorme influencia. Ya podéis sospechar los temas de los que hablaban: de cómo el cerebro del hombre había sido, con el paso del tiempo, más sofisticado; de la aparición del lenguaje; de los chimpancés; etc. Jane quedó contagiada de su entusiasmo. Pero había una parte que no le gustaba: estar rodeada de animales muertos, y detestaba que se mataran periódicamente animales para la investigación científica. Ella quería estudiar a los animales, pero sin tener que matarlos. Y eso es precisamente lo que Leakey esperaba. Esa era la razón por la que le había hablado de los chimpancés: había buscado a una persona con mentalidad abierta, pasión por el conocimiento, que amase los animales y que tuviera mucha paciencia. ¿Quién mejor que Jane Goodall?

Con Leakey participó en excavaciones de fósiles de homínidos en la Garganta de Olduvai, y posteriormente le pidió desarrollar un proyecto de estudio de chimpancés salvajes en Gombe, Tanzania, en 1960.

Empezó a seguir a un grupo de chimpancés para así poderlos observar en su ambiente. Y fue entonces cuando hizo uno de sus grandes descubrimientos: utilizaban herramientas. Eran capaces de utilizar ramas, escogerlas y modificarlas para utilizarlas en cazar termitas. ¿Podían ser los inicios del uso de útiles? Hasta entonces, se había considerado que sólo los seres humanos eran las únicas criaturas sobre la Tierra capaces usar y fabricar útiles.

Siempre hemos pretendido ponernos en el centro de todo. Nos hemos creído el centro del Universo y una vez desbancados de ese lugar nos teníamos que ver también desplazados del centro de la Naturaleza. En aquella época nos veíamos totalmente diferente de los animales utilizando como excusa el uso de herramientas. Nos definíamos como productores de útiles, y se suponía que ese comportamiento era el que nos diferenciaba cualitativamente del reino animal. Jane envió un telegrama a Leakey con la noticia y este último le contestó con un comentario que luego fue famoso: ¡Ah! ¡Ahora habrá que redefinir al hombre, redefinir los útiles o aceptar que los chimpancés son humanos!

Y eso sólo fue el principio, porque a medida que los iba observando veía que eran todos diferentes: tenían diferente carácter. Les dio nombre y observó comportamientos de personalidad diferente entre ellos. Pero era una cosa que ya sabía de pequeña, porque había tenido otros animales y siempre había pensado que todos tenían una personalidad diferente. Por aquel entonces, muchos científicos, filósofos y teólogos afirmaban que sólo los humanos éramos capaces de un pensamiento racional y que sólo nosotros éramos los que teníamos “emociones humanas”. Jane no tenía ese prejuicio: no había ido a la Universidad y eso jugó a su favor. Jane no sólo vio a los chimpancés utilizar piedras como proyectiles, doblar hojas para recoger la lluvia que caía de un árbol, etc.; sino que también observó el comportamientos de las sociedades humanas. Los chimpancés se daban besos, se abrazaban, se cogían de la mano, se daban palmadas en la espalda, fanfarroneaban, se daban golpes, se pellizcaban, se daban patadas, se hacían cosquillas, etc. Establecían, además, vínculos familiares y de amigos entre ellos. Hasta vio cómo eran capaces de guardarse rencor durante más de una semana o darse un efusivo abrazo cuando no se habían visto durante un tiempo. Por momentos, se olvidaba de que lo que veía no eran personas, sino chimpancés. Explica cómo fue el primer contacto en que uno de ellos le cogió suavemente la mano, en un lenguaje mucho más antiguo que las palabras.

Al ver cómo los chimpancés jugaban y criaban a sus hijos, se dio cuenta de que la crianza crianza de su hijo Grub podía ser divertida. Esto le hizo plantearse muchas preguntas que hoy día todavía se discuten. ¿Éramos los humanos fundamentalmente producto de nuestra genética o resultado de nuestro medio? ¿Había una fuerza rectora en el Universo, un creador de la materia y, por tanto, de la vida misma? ¿Tenía la vida en el planeta Tierra una finalidad? Y si era así, ¿cual iba a ser su papel?

Pero lo peor estaba por venir. Observó cómo unos cuantos machos atacaban a una hembra de una comunidad vecina. La golpearon y pisotearon uno tras otro durante cinco minutos, se apoderaron del bebé de 18 meses que tenía, lo mataron y devoraron parcialmente. No fue un hecho aislado. Otros científicos observaron más ataques de este tipo. La comunidad que Jane había estudiado se dividió. Siete machos y tres hembras fueron cada vez más hacia el sur hasta que formaron una comunidad independiente. Cuando pasaban los machos de ambas comunidades por las fronteras se lanzaban amenazas y el grupo con menos machos se retiraba. Era un comportamiento típicamente territorial. Luego, todo fue a peor. Seis machos de la zona norte fueron sigilosos a la zona fronteriza y encontraron a uno de los de la nueva comunidad. Lo asaltaron y golpearon durante diez minutos y, a buen seguro, murió por las heridas. Estos ataques acabaron con la vida de otros tres machos más de la comunidad secesionada. Jane siempre había pensado que los chimpancés se comportaban mejor que el hombre, pero esos actos indicaban que podían ser tan feroces y asesinos como nosotros.

Cuando Jane publicó estos hallazgos recibió numerosas críticas. Unos decían que esos comportamientos eran meramente anecdóticos, otros decían que los chimpancés de Gombe no eran normales debido a que los alimentaban con plátanos. Un colega le dijo que no debería haber publicado ese comportamiento, ya que estaba ofreciendo a gente irresponsable los datos necesarios para “demostrar” que la tendencia humana al conflicto es innata y que la guerra es, por tanto, inevitable. Y efectivamente, hubo varios autores que utilizaron sus datos que para afirmar de una vez por todas que la violencia está fijada en nuestros genes.

Yo no había ido a Gombe para demostrar que los chimpancés eran mejores o peores que los humanos, ni a asegurarme una plataforma para pronunciar encendidos discursos sobre la “auténtica” naturaleza de la especie humana. Había ido a aprender, a observar y a registrar cuanto observara; y quería compartir mis observaciones y mis reflexiones con otras personas con la mayor honestidad y claridad posibles. La verdad es que estaba convencida de que era preferible enfrentarse a los hechos, por inquietantes que fueran, que vivir en un estado de negación.

Hay que decir, por otro lado, que es cierto que muchos experimentos han puesto de manifiesto que muchas tendencias a las pautas agresivas son también aprendidas. Aun así, esto significaba un cambio más en la concepción de nosotros mismos. Siempre se había pensado que la guerra era un comportamiento exclusivamente humano. Ya Darwin decía que en la medida en que la guerra prehistórica era un conflicto entre grupos y no individuos tuvo que ejercer una fuerte presión selectiva en favor de la cooperación y que la comunicación también tuvo que ser decisiva.

Sí, la guerra de Gombe entre los chimpancés está lejos de las guerras que organizamos los humanos, pero está claro que se inició a partir de esas agresiones primitivas. Todavía hoy existen pueblos indígenas que hacen la guerra de forma no muy distinta a cómo la hacen los chimpancés. Recordemos que eran agresivamente territoriales. No sólo protegían su territorio contra las incursiones de extraños, sino que vigilaban los límites de su territorio una vez por semana. Y no sólo lo defendían, sino que lo ampliaban. Y por si fuera poco, tenían identidad grupal: protegían a las crías de su grupo mientras que eran capaces de matar a las de otro grupo. Un comportamiento que no está muy lejos del de los humanos, ¿verdad?

Pero para los que queráis distinguiros de los chimpancés, tranquilos, que los humanos sí tenemos algo único: sólo nosotros somos capaces de infligir deliberadamente un gran dolor. Los chimpancés tenían una cierta conciencia del dolor, pero los humanos la tenemos mucho más y somos capaces de someter a nuestros semejantes a dolores mucho más salvajes que los chimpancés. En eso está claro que nos diferenciamos.

Los parecidos con ellos son tan grandes que sorprenden. Los chimpancés también se desahogan y golpean a cualquiera que se les cruce por medio cuando están de ese humor… como nosotros. Y también son capaces de intentar poner paz entre dos de ellos: en un grupo cautivo en un zoológico de Holanda una vieja hembra fue capaz de evitar la posible pelea de dos machos adultos rivales.

Años más tarde, la invitaron a ver unos laboratorios en los que se hacían experimentos con animales. Veía los chimpancés destinados a investigar en los Institutos Nacionales de Salud. Muchos de ellos eran jóvenes, de un año o dos, apretujados de dos en dos en unas jaulas de apenas medio metro de lado y 60 cm de alto. Jane les miraba a los ojos y cuando salió de allí quedó totalmente descompuesta. Aquellos animales no habían cometido ningún crimen y seguro que experimentan sentimientos y emociones muy parecidas a las nuestras.

Jane Goodall ha abogado fuertemente por la defensa de los derechos de los animales. En nombre de la ciencia, y esto hay que decirlo, se han maltratado muchos animales. Pero es algo más que la ciencia, algo más de fondo que toca al carácter del ser humano y de la sociedad. De hecho, Mahatama Ghandi decía que se puede conocer a las gentes de un país por la forma en que trata a sus animales. Pensemos también en la ganadería intensiva: muchos de los animales criados para que luego podamos comerlos son tratados de formas que pondrían los pelos como escarpias a quien tuviera un mínimo de sensibilidad. Y aquí no hay ciencia que valga.

Plantea un tema que no está exento de controversia: la experimentación con animales. Hoy día condenaríamos a alguien hiciera experimentos con personas en contra de su voluntad, pero ¿y si lo hace con animales? Hay venenos letales que sabemos que provocan fuertes dolores en los intestinos. ¿Es lícito hacer que sufra un animal de esta manera? Aquí hay que decir que la ciencia es responsable de gran parte del sufrimiento animal, y no siempre fue con un motivo importante como salvar la vida de personas. Muchas veces los animales han sufrido experimentaciones para desarrollar cosméticos, por ejemplo, y eso ya es más discutible éticamente. Y por no hablar de cómo se les ha obligado a vivir en jaulas en las que casi no cabían durante toda su vida.

Con todo, Jane tiene muchas esperanzas depositadas en las buenas personas, y nos da diferentes ejemplos que ha conocido de primera mano. Explica el caso de una niña de cinco años llamada Amber Mary, quien le dio unos peniques que había ido ahorrando para que cuidara a un chimpancé que había perdido a su madre. Lo había visto en un reportaje del National Geographic y conocía la tristeza de perder a un familiar porque un año antes había perdido a un hermano de leucemia. También habla de Jon Stocking, un cocinero empleado en un atunero que quedó horrorizado al ver cómo un bebé delfín quedaba atrapado en la red con su madre. Jon agarró al pequeño delfín en sus brazos y logró liberarlo. Después de liberar también a la madre, cortó la red y permitió que escaparan el resto de los delfines. Por supuesto, fue despedido. Empezó a pensar en cómo podía ayudar a los animales en peligro de extinción. Hoy hace tabletas de chocolate en las que pone en el envoltorio un animal en peligro de extinción. El 11,7% del beneficio va a una organización de ayuda de ese animal. También habla de Henri Landwirth, superviviente del Holocausto y fundador de Give Kids the World Village y de Muhamamd Yunus de quien os he hecho un breve resumen en mi otro blog.

Hoy existe el Instituto James Goodall con el fin de impulsar la investigación de campo y proyectos de conservación de los chimpancés y de la fauna de África, así como mejorar la situación de los animales en cautividad y concienciar a la población en general de la importancia de estos temas.

Un libro autobiográfico donde, aparte de explicar lo que os he comentado, da su idea metafísica de la vida: es creyente y habla repetidamente de ello. Vale la pena, por lo menos, para conocer a esta extraordinaria mujer.

Título: “Gracias a la vida”
Autora. “Jane Goodall



Hay 11 comentarios a '[Libro] Gracias a la vida'

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  1. #1.- Enviado por: RayLike

    El día 3 de abril de 2011 a las 01:37

    Muy interesante como todos tus post Omalaled, tendré que hacerme de dicho libro.

  2. #2.- Enviado por: Edna Krabappel

    El día 3 de abril de 2011 a las 13:45

    Se preguntaba dónde tenía la gallina tenía un agujero…
    (Quemar después de leer, como en las peliculas de espías)

  3. #3.- Enviado por: Edna Krabappel

    El día 3 de abril de 2011 a las 13:48

    se dio cuenta de que la crianza crianza de su hijo Grub podía ser divertida…
    (idem)

  4. #4.- Enviado por: nn

    El día 4 de abril de 2011 a las 11:15

    genial entrada!

  5. #5.- Enviado por: Malonez

    El día 4 de abril de 2011 a las 12:51

    Como siempre, gran entrada omalaled.

    Por una vez, me voy a permitir la licencia de proponer un libro que tiene bastante relación con el post. Quien lidera los derechos de los animales en la vertiente “filosófica” es Peter Singer. Tiene un libro de relativo éxito en ese círculo llamado “Desacralizar la vida humana” ISBN-10: 8437620961

    Salu2

  6. #6.- Enviado por: José López Mateos

    El día 18 de abril de 2011 a las 17:37

    Estimado amigo:
    ¡Enhorabuena por este magnífico curro que despierta toda mi curiosidad científica y mis deseos de aprender muchísimo más de lo que sé!… ¡Gracias por los buenos ratos que he pasado con mis visitas a tu site!… Lo dicho

  7. #7.- Enviado por: omalaled

    El día 19 de abril de 2011 a las 11:51

    Muchas gracias a todos por los comentarios.

    Malonez: me lo apunto. No lo tienen en la biblioteca, pero lo buscaré.
    José López Matos: muchas gracias a ti.

    Salud!

  8. #8.- Enviado por: edulcorado

    El día 25 de abril de 2011 a las 12:00

    Muy buen post y muy informativo.
    En cuanto a que el hombre tiene una capacidad de infringir una cantidad de sufrimiento mucho mayor que los chimpancés a sus congéneres es cierto. Como también lo es que su capacidad de colaboración y empatía es también bastante superior.
    ¿Como redefinir al simio humano? Os propongo una:
    El único animal que ha pisado la Luna.

  9. #9.- Enviado por: Dave

    El día 5 de octubre de 2011 a las 16:28

    La duda que siempre tendremos es la de si somos o no más crueles que los animales, antes se creía que los animales no mantenian sociedades como los humanos ni tampoco se sabia que atacaban miembros que anteriormente pertenecieron a la misma comunidad, ahora se sabe que son capaces hasta de matar a sus crías cuando escasea el alimento (no es crueldad?).

  10. #10.- Enviado por: Fernando

    El día 22 de febrero de 2013 a las 22:55

    Muy interesante. Alguien me puede decir donde conseguirlo?? no lo encuentro por ningún lado; gracias.

  11. #11.- Enviado por: omalaled

    El día 22 de febrero de 2013 a las 23:43

    Yo lo encontré por la red de Bibliotecas de Catalunya, pero no sabría dónde comprarlo.

    Salud!

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