Historias de la Ciencia

Si algún físico ha sido clave en la fabricación de la bomba atómica, ese es Robert Julius Oppenheimer.
 
Escribía poemas cuando contaba entre 10 y 12 años de edad. Estudió filosofía, literatura e idiomas. Conocía 8 idiomas y solía leer los diálogos de Platón en griego original y el Bhagvad Gita, el antiguo poema hindú, en sánscrito original. En una ocasión, dos amigos suyos estaban leyendo a Dante en italiano. Oppie (como le llamaba todo el mundo que lo conocía) se sintió marginado, aprendió italiano en un mes y así pudo disfrutar de las lecturas con sus amigos.
 
Desde que le regalaron una colección de minerales sintió interés por la química y cuando fue a Harvard estudió un programa de ciencia de cuatro años en sólo tres, graduándose en química summa cum laude en 1925. Se hizo físico teórico en Göttingen, donde estudió con Max Born e hicieron un ensayo sobre teoría cuántica.
 
Era muy malo en lo que a experimentador se refería y Max Born así se lo hizo saber. “Tú te puedes ir de aquí, pero yo no; me has dejado muchísimo trabajo por hacer”. Así que fue a las Universidades donde se hacían las cosas importantes en física en la época. A Leiden, para estudiar con Paul Ehrenfest, a Utrecht, para trabajar con Hendrik Kramers y a Zurich para trabajar con Wolfgang Pauli. En 1929 había publicado ya 16 artículos, 6 de ellos en alemán sobre la teoría cuántica. También escribió tres artículos en el que se hablaba del destino de las estrellas más masivas: los agujeros negros, deduciendo que lo único que persistiría de la misma sería el campo gravitatorio. Sus cálculos aportaron las mejores pruebas disponibles de que los agujeros negros son reales. En el caso que la masa de la estrella fuera superior al límite de Oppenheimer-Volkoff de 3,5 masas solares la contracción proseguirá indefinidamente.
 
¿Os parece poco todo esto?.
 
Pues bien, por si fuera poco el amigo Oppie es nada menos que el “padre de la bomba atómica”. Tuvo una influencia bárbara en California donde cautivó a toda una generación de físicos. No era buen profesor. Era alto, delgado, rígido, fumaba constantemente. Sus explicaciones eran del tipo “se tiene aquí la ecuación de Dirac y … hum, hum, hum … nim, nim, nim”. Sus estudiantes le imitaban en todo, en la forma de hablar, fumar y llevar camisa azul y Pauli bautizó todo ello con “Oppenheimer y sus chicos nim, nim, nim”.
 
Los estudiosos de los líderes deberían conocer, sin duda, a Oppie. Consiguió que los científicos más importantes del mundo, todos los fueras de serie (la mayoría de ellos ya Premios Nobel o lo serían en el futuro), se fueran a un desierto en Nuevo México sin decirles dónde iban, ni cuánto tiempo iban a estar ni qué era exactamente lo que iban a hacer cuando llegasen, pero se las arregló para convencerlos. Según Robert Wilson “el proyecto parecía romántico”. Los atrajo sacándolos de sus cátedras, de sus laboratorios, de sus ciclotrones. Según el general Grooves, allí estaba “la mayor colección de intelectuales que jamás se haya visto”. Fueron los elegidos para salvar la civilización occidental de tres locos: Hitler, Hirohito y Mussolini.
 
No fue tarea fácil: mientras los militares querían tenerlo todo en absoluto secreto, los físicos hacían debates abiertos con sus ideas y conocimientos. Oppie medió entre los dos colectivos de forma magistral. Tanto que construyeron la primera bomba atómica de la historia, nacida de una (genial) idea de un peculiar físico llamado Leo Szilard. Pero eso ya es otra historia.
 
Fuente:
“¿Quién ocupó el despacho de Einstein?”, Ed Regis.