La decisión de Roux

Publicado el 23 de febrero de 2007 en Historias de la ciencia por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 6 minutos y 35 segundos
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Si ya las historias de Koch y Pasteur son dignas del mejor guión cinematográfico, no lo son menos las que protagonizaron más tarde sus ayudantes. Uno de ellos tuvo que tomar una decisión entre ser científico o ser humano. Y esa decisión será el punto culminante de nuestra historia de hoy.

Por aquella época, la difteria se encontraba en uno de los períodos más sanguinarios. Las salas de los hospitales infantiles ofrecían un aspecto terrible. Los ataques de tos espasmódica anunciaban la asfixia. Los médicos atravesaban las salas tratando de ocultar su desesperación tras una máscara de optimismo, caminando de cama en cama, impotentes; intentando, una y otra vez, devolver la respiración a un niño, introduciéndole un tubo en la tráquea obstruida por las membranas. De cada diez camas, cinco enviaban a sus ocupantes al depósito de cadáveres.

Freidrich Loeffler fue uno de los discípulos de Koch. Lucía unos bigotes que tenía que apartárselos para observar por el microscopio. Pues bien, este hombre se afanaba hirviendo espátulas, calentando al rojo vivo hilos de platino para extraer la materia gris de las gargantas de aquellos cuerpecitos a los que los médicos no pudieron conservar la vida; ponía esta materia en delgados tubos de cristal tapados con algodón, o bien la coloreaba para observarla al microscopio. Pues bien, descubrió unos curiosos bacilos en forma de maza, microbios en los que el colorante destacaba puntos y fajas o bandas. Estos bacilos aparecieron en todas las gargantas.

Bacilos de la difteria

Pero lo curioso es que sólo aparecían en las gargantas y eso que había revisado aquellos cuerpecitos por todas partes. ¿Cómo era posible que unos cuántos microbios, que sólo se desarrollaban en la garganta, sin moverse de allí fueran capaces de matar a un niño con tanta rapidez?

Inyectó los microbios procedentes de los cultivos puros en la tráquea de unos cuantos conejos y debajo de la piel de varios conejillos de Indias, y todos murieron en dos o tres días, como los niños, o tal vez con mayor rapidez; pero los millones de microbios que había inyectado permanecieron en el mismo punto de la inyección y algunas veces ni aún allí, o en número tan escaso y tan debilitados que parecían incapaces de causar daños a una pulga.

¿Cómo explicar que estos bacilos, arrinconados en una pequeña parte del cuerpo, fueran capaces de acabar con un animal un millón de veces mayor que ellos mismo? Loeffler supuso que debían producir algún veneno, destilar una toxina que se infiltrara hasta un órgano vital. Había que descubrir esta toxina en los órganos de los niños muertos, y en los cadáveres de los conejillos de Indias, y en el caldo de cultivo donde tan bien se desarrollaban.

Muchas madres escribían cartas a Pasteur que estaba en plena operación antirrábica y dirigiendo la construcción del Instituto que lleva su nombre. Una mujer le escribió:

Si usted quisiera, podría hallar, seguramente, un remedio para esa horrible enfermedad llamada difteria. Nuestros hijos, a quienes ya enseñamos su nombre como el de un gran bienhechor, le deberían sus vidas.

Pasteur estaba demasiado ocupado, así que Emile Roux tomó el testigo.

Para empezar, reprodujo las observaciones de Loeffler concluyendo lo mismo: aquellos bacilos debían segregar un veneno en el caldo donde los cultivos. Tomó caldo de cultivo con esos gérmenes y los puso en una estufa durante cuatro días. Entonces, lo pasó a través de un filtro tan fino que ni siquiera los gérmenes podían pasar y con lo que resultó de ese filtraje lo inyectó a los conejos que no murieron. Inyectó ese líquido a multitud de animales y no les sucedió nada tampoco. Todo aquello era muy raro.

Aquí es cuando la intuición juega un papel fundamental. Roux seguía pensando que en aquel caldo estaba el veneno y fue inyectando dosis cada vez mayores hasta que llegó a los 35 cc y fue cuando aquel conejo, en 48 horas, murió de difteria. Y lo entendió: cuatro días habían sido muy pocos, así que preparó otro cultivo que dejó esta vez más de cuarenta días y vio que con 30 gramos de aquel producto puro era capaz de matar seiscientos mil conejillos de Indias o setenta y cinco mil perros de gran tamaño. El veneno había sido descubierto.

Entra en escena Emil Adolf von Behring, que probó de todo para intentar curarla, como costosas sales de oro, naftalina y, en general, más de treinta substancias diferentes. Un día dio con el de tricloruro de yodo. Después de inyectar la difteria a los conejillos, les ponía tricloruro de yodo sobreviviendo unos cuantos. Dichos supervivientes, probablemente, desearían haber muerto dado que esa sustancia, al mismo tiempo que los curaba, les causaba tremendas quemaduras en la piel. Una vez hecho esto, les inyectó una dosis enorme de bacilos diftéricos, y la resistieron. Estaban inmunizados.

Averiguó que lo único que destruía el veneno de la difteria era el suero de los animales inmunizados o de los que habían tenido difteria y se habían curado. Lo único que tenía que hacer era conseguir grandes cantidades de ese suero. Para ello repitió las experiencias con conejos, ovejas y perros. Los utilizaba como fábricas de suero destructor de toxina o de “antitoxina”, que fue el nombre con que la bautizó.

Y tuvo éxito. En un plazo corto disponía ya de ovejas perfectamente inmunizadas de las que extrajo grandes cantidades de sangre. Ahora hizo la prueba. Inyectó dosis mortales de bacilos diftéricos a un lote de conejillos de Indias, que al día siguiente estaban ya enfermos. Separó la mitad del lote de animales moribundos y les inyectó una buena dosis de antitoxina procedente de ovejas inmunizadas. El efecto fue milagroso; poco después, casi todos los animalitos (pero no todos) empezaron a respirar con más facilidad, y a las veinticuatro horas ya se ponían de pie. Al cuarto día estaban tan buenos como nunca, mientras que los de la otra mitad del lote murieron todos. El suero curaba, aunque no en el 100% de los casos.

Hacia el final del año 1891 muchos niños morían de difteria en la clínica Bergmann de Berlín. En la noche de Navidad, un niño recibía el primer pinchazo de toxina antidiftérica. Los resultados parecían milagrosos, aunque unos cuantos niños murieron. Behring obtuvo el primer premio Nobel de Medicina de la Historia en 1901.   (Es reconfortante saber que, más tarde en 1915, aunque Francia y Alemania estaban en plena Guerra Mundial, Roux y Behring continuaron siendo amigos y camaradas luchando contra la difteria. Y nunca dejará de sorprenderme que mientras unos se dedicaban a acabar con las vidas de sus semejantes, estos grandes hombres se dedicaban a intentar salvarlas)

Roux obtuvo la antitoxina de los caballos. La difteria estaba entrando en París. En el hospital de niños morían el 50% de los que entraban. En el Hospital Trousseau la tasa de mortalidad subía incluso a un 60%. Los padres y madres de los niños atacados rezaban para que Roux se diese prisa, conociendo ya las curas maravillosas del doctor Behring, que, al decir de las gentes, casi resucitaba a los niños.

Entraban montones de niños enfermos. Y aquí es donde se dio la parte más curiosa de esta historia. Por un lado, lo científico hubiera sido vacunar a la mitad de esos niños y no a la otra mitad para ver las diferencias y controlar si realmente la vacuna funcionaba. Si no salían de dudas, no se podía decir si la vacuna realmente funcionaba. ¿Vacunar a la mitad o vacunarlos a todos? Era un dilema terrible.

Roux preparó sus jeringuillas y sus frascos de suero, miró a los médicos impotentes y después vio las caritas pálidas de todos aquellos niños y observó cómo sus cuerpecitos se retorcían para conseguir un poco de aire. Y tomó la decisión. Cada uno de los aproximadamente trescientos niños que entraron en el hospital en el transcurso de los cinco meses siguientes recibió su buena dosis de antitoxina diftérica. Murió un 25% de ellos. Afortunadamente, los resultados obtenidos fueron buenos, pues anteriormente moría el 50%.

¡Ay!, Roux: no sé si actuar así te hizo mejor o peor científico pero lo que está claro es que demostraste tener un corazón enorme. Con sus propias palabras, explicaba los resultados:

El estado general de los niños a los que se aplica el suero mejora rápidamente. En las salas apenas se ven ya caras pálidas y azuladas: las criaturas están alegres y animadas.

Como dijo Terencio: Soy humano, y nada humano me es ajeno (Homo sum: nihil homini a me puto alienum); y como dijo Nikola Tesla: La ciencia es solamente una perversión de sí misma a menos que tenga como su última meta la mejora de la humanidad.

En el Congreso de Budapest de 1894, Emile Roux describió cómo el suero hacía desaparecer de la garganta de los niños la membrana gris donde los bacilos, al desarrollarse, elaboraban el veneno; relató cómo descendía la fiebre bajo la acción del suero maravilloso. Recibió una gran ovación.

La mereció, ¿verdad?

Fuentes:
“Cazadores de microbios”, Paul de Kruif



Hay 14 comentarios a 'La decisión de Roux'

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  1. #1.- Enviado por: hurakanpakito

    El día 23 de febrero de 2007 a las 14:10

    Bella historia, de nuevo :)

    Roux no hizo lo cienti’fico, pero hizo lo correcto, aunq eso solo lo sabemos a posteriori. Da q pensar, pero esa situacio’n ya no seri’a imaginable en ningu’n sistema sanitario moderno. Sombras y luces.

  2. #2.- Enviado por: omalaled

    El día 23 de febrero de 2007 a las 14:13

    hurakanpakito, ¿no sería imaginable en un sistema sanitario moderno? ¿por qué? Tarde o temprano las cosas hay que comprobarlas en las personas, ¿no?

    Si hubiera en nuestros días una plaga, ¿no estaríamos en una situación similar? ¿o es que sobreentendemos que no puede haber más plagas?

    Salud!

  3. #3.- Enviado por: hurakanpakito

    El día 23 de febrero de 2007 a las 14:40

    Claro q hay q comprobarlas en personas. Empieza a partir de la fase I de ana’lisis de un medicamento. Pero se hace paso a paso, en condiciones muy controladas, y en grupos seleccionados con determinados criterios para maximizar la validez externa del ana’lisis http://en.wikipedia.org/wiki/Clinical_trial

    Roux paso’ directamente de la fase 0 a la fase III (bueno au’n no existi’a eso). No se equivoco’. Pero si lo hubiera hecho podri’a haberse llevado por delante a los 150 ninyos q estadi’sticamente teni’an opciones de salvarse sin intervencio’n me’dica. Obviamente no fue un golpe de suerte y pienso q hizo lo q debi’a. Pero muy mal tendri’a q pintar hoy di’a para q un seguro social o privado se la jugase de esa manera. Incluso el estudio con enfermos deshauciados esta’ muy regulado (demasiado a mi entender) y no imperan solo los intereses del paciente.

    Pero hay q ver las dos caras del problema. Piensa tb en las vidas q se han salvado por no comercializar inmediatamente medicamentos prometedores q en las primeras fases de ana’lisis se han llevado por delante a muchos voluntarios.

    Plagas hay conti’nuamente. Al fin y al cabo somos un monocultivo ;)

  4. #4.- Enviado por: sati

    El día 23 de febrero de 2007 a las 15:41

    Claro que habria que probar en seres humanos enfermos, y que sin esas mismas pruebas no podrian ser sanados miles de millones mas.

    Gracias a heroes verdaderos que dedican sus dias (y noches) es que la probabilidad de fallos de esas pruebas en seres humanos sea cada vez mas baja y menos riesgosa, obvio.

  5. #5.- Enviado por: .Marfil.

    El día 23 de febrero de 2007 a las 15:48

    ¿Y de la situación del SIDA en Africa? He oído de casos extremos de experimentación de medicamentos en poblaciones, aunque reconozco que muchos de estas referencias están en la fiebre contra las farmacéuticas en nuestra época…

  6. #6.- Enviado por: sati

    El día 23 de febrero de 2007 a las 18:46

    Me parecio interesante enviarte este articulo que a continuacion te linkeo, para una futura redaccion de tu parte, si te parece, claro.

    http://www.lasegunda.com/ediciononline/ciencia_tecnologia/detalle/index.asp?idnoticia=328881

    Atte, Sati

  7. #7.- Enviado por: omalaled

    El día 23 de febrero de 2007 a las 23:56

    hurakanpakito: somos un monocultivo … y poco más :-)

    sati: gracias por el enlace. Lo ví también en el meneame y es súper-interesante

    .Marfil. del SIDA hablaré, pero no en el sentido de experimentación con humanos, sino un poco de la historia del descubrimiento.

    Salud!

  8. #8.- Enviado por: .Marfil.

    El día 24 de febrero de 2007 a las 00:35

    Respecto al escrito de los chimpances, técnicamente eso no son lanzas, no son “lanzadas”, no lo digo por lo adecuado de la palabra (que también vale) sino porque lo que realmente hace que una lanza sea diferente de una piedra o roca filosa que ya habían sido observadas, en lo que respecta a etología, es que tirar proyectiles tiene más implicaciones que solamente agarrar o arrojar objetos, requiere de precisión, por tanto de una motricidad fina y fuerte mayor coordinadas, lo mismo para con el cálculo de la curva que seguiría el proyectil, etc. Aparte de que las consecuencias de ello son que con los aciertos, la probabilidad de una caza exitosa asciende; el artículo revela que al no ser lanzas propiamente dichas, no son muy efectivas.

    En fin la longitud parece más una limitación impuesta por los materiales, que una finalidad de extensión dirigida…

  9. #9.- Enviado por: sati

    El día 25 de febrero de 2007 a las 22:21

    En realidad, mi intencion no era distraer la atencion hacia otro tema. Sorry, pero no encontre un mail donde hacerte el comentario de manera mas privada. Saludos desde Chile.

  10. #10.- Enviado por: omalaled

    El día 26 de febrero de 2007 a las 12:23

    Nada de eso, sati. Mi dirección está en el enlace que hay a la derecha donde pone “Sobre mí”.

    Salud!

  11. #11.- Enviado por: alvarhillo

    El día 26 de febrero de 2007 a las 23:22

    Este Roux es genial. Es el claro ejemplo del genio a la sombra del super genio. Pero estoy seguro de que Pasteur agradeció enormemente tener a personas como Roux a su lado. Gente que se motivaba día a día aprendiendo codo con codo junto a sus mentores y cuyo único anhelo era brindar a sus coetaneos un mundo mejor y más justo.

  12. #12.- Enviado por: omalaled

    El día 27 de febrero de 2007 a las 01:21

    Pues hay un detalle que te va a gustar más todavía: nadie creía a Roux cuando quiso inyectar más y más cantidad a los conejos para ver si contraían la difteria, pero él estaba convencido que allí estaba el veneno.

    Son aquellas intuiciones que sólo los grandes tienen.

    Salud!

  13. #13.- Enviado por: eva

    El día 6 de marzo de 2007 a las 13:27

    i por que no hablamos de esos verdaderos heroes que son capaces de aguantar los mas tremendos males: enfermedades, pinxazos, quemaduras, dolores,…y todo simplemente por haber nacido en una forma “inferior a la humana”. el hombre avanza, pero que precio deben pagar algunos…no a la experimentación animal, hay otras formas.

  14. #14.- Enviado por: omalaled

    El día 6 de marzo de 2007 a las 13:38

    Es cierto, eva, que si estamos vivos y tenemos mayor esperanza de vida ha sido gracias a animales y conejillos de Indias que se han sacrificado para ello.

    Ahora bien, si es cuestión de vidas, me quedo con la humana. Otra cosa es la experimentación para cremas de labios y otros detalles superfluos que contribuyen sólo a la vanidad humana y no a salvar vidas. Ahí no estoy de acuerdo con el sacrificio de animales.

    Salud!

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