[Libro] La insensatez de los necios

Publicado el 1 de febrero de 2017 en Libros por omalaled
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Engañamos. Y no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos. El engaño y la Naturaleza están totalmente conectados a todos los niveles. En este libro, el autor nos muestra estas ideas y nos las va desmenuzando en los diferentes escenarios y entornos en los que se da, o sea, en todos. Pero no sólo es del engaño de lo que habla este libro, porque hablar de ello es tambiém hablar de nuestro comportamiento, de cómo somos los humanos y de cómo es la Naturaleza. Paso a haceros el habitual resumen.

Mentimos sobre acontecimientos remotos en el espacio o en el tiempo; sobre los detalles y el significado del comportamiento de los demás; sobre nuestros pensamientos y deseos más íntimos, pero lo sorprendente es que también nos engañamos a nosotros mismos y el lenguaje amplía toda esta posibilidades. Proyectamos sobre lo demás rasgos que son en realidad nuestros y luego ¡los atacamos por ello! Reprimimos los recuerdos penosos, inventamos otros totalmente falsos, racionalizamos el comportamiento inmoral, acusamos sin cesar para elevar la opinión que tenemos de nosotros mismos y recurrimos a toda una serie de mecanismos de defensa del yo.

Por haber engaño lo hay hasta en el genoma, puesto que hay elementos egoístas que recurren a técnicas moleculares de disimulo para reproducirse más que otros genes. Los predadores se hacen invisibles a sus presas y las presas se intentan hacer invisibles para sus predadores. De hecho, cuando en la Naturaleza surge algún nuevo estilo de engaño toma por sorpresa a individuos que carecen de defensa contra él. A medida que ese tipo de engaño se difunde, la selección natural favorece el desarrollo de defensas en la víctimas.

La confianza en uno mismo es una variable interna que depende del autoengaño. Los hombres son más propensos a tenerla. Engañamos cuando alardeamos o cortejamos, entre otras cosas. Si al dueño de un BMW se le pregunta por qué se ha comprado un coche de esa marca, nunca citará el afán de impresionar a otros; pero si se le pregunta por qué otras personas se compran dicho coche, dirá que es porque quieren alardear.

Lo mismo sucede a nivel de grupo o asociación. Tendemos a las generalizaciones positivas de nuestro propio grupo y reservamos las malas cualidades para los grupos a los que no pertenecemos.

También está la hipocresía moral: solemos juzgar a otros con más rigor que a nosotros mismos por las mismas infracciones y también somos más estrictos con los miembros de otro grupos que con los integrantes del nuestro.

Cuando se pide a alguien que relate alguna circunstancia autobiográfica en la que la hicieron enojar (fue víctima) o en la que provocó el enojo de otro (victimario) hay mucha diferencia. El victimario suele describirlo como algo significativo y comprensible mientras que la víctima como algo arbitrario, innecesario o incomprensible.

En el reino animal también se da, y no sólo a nivel de uno respecto a otras especies, sino como en los humanos, dentro de la misma especie. El colmo está en ciertos calamares que simulan ser hembras: lo hacen con tal perfección que incluso engañan a otros simuladores que se les acercan buscando copular.

Los niños tampoco se libran. Solemos pensar en su inocencia, pero entre los dos y tres años los niños ya dominan un amplio repertorio de actitudes engañosas cuyos primeros atisbos se ven ya a los seis meses, entre los que están el llanto fingido y la sonrisa falsa. Son capaces de decir “No me importa” cuando sabemos positivamente que sí. También tienen berrinches en los que amenazan con lastimarse. Y ya no hablemos de cuando crecen. Loa hijos mienten a los padres para evitar castigos, pero también los padres mienten a los hijos y lo consideran legítimo en muchas ocasiones. Los hijos, por otro lado, son muy sensibles a las contradicciones e hipocresías de sus progenitores y si te descubren haciendo algo que les has prohibido es muy probable que te lo recriminen duramente.

Más de la mitad de las especies de la Tierra son agentes patógenos o parásitos de la otra mitad, y esta estimación grosera seguramente es mayor en la realidad porque las especies patógenas y los parásitos son habitualmente mucho más pequeños y más difíciles de detectar que sus huéspedes.

Se ha podido demostrar que, ante el ataque de un agente patógeno, la respuesta inmunitaria consume mucha energía. En el caso de la fiebre, por cada grado que aumenta el cuerpo, la tasa metabólica aumenta en un 15%. Por otro lado, la pérdida de proteínas es del orden del 20% y en algunas raras enfermedades más del 40% de proteínas musculares. Los pollitos criados en ambientes sin gérmenes llegan a pesar un 25% más que los criados en ambientes convencionales. Las necesidades metabólicas de los mamíferos criados en ambientes asépticos descienden alrededor de un 30%.

El cerebro es un órgano muy costoso. Aunque representa un 3% del peso del individuo consume un 20% de la energía metabólica que gasta el organismo en reposo. En la década de 1950 se demostró que hacer cálculos aritméticos no exigía más energía: el 20% de la tasa metabólica corresponde al cerebro, ya estemos contentos, deprimidos o drogados. El gasto disminuye levemente en las fases de sueño.

Este gasto es, además inevitable: no gastar ese 20% durante cinco minutos nos llevaría a morir o, al menos, un daño irreversible. También se sabe que el tejido cerebral es el más activo genéticamente de todo el organismo, casi el doble que en el hígado y los músculos, que son los competidores inmediatos.

Algunas estimaciones indican que más de la mitad de los genes se expresan en el cerebro, o sea, más de 10.000. Este dato implica que la variación genética vinculada a los rasgos mentales y comportamiento debe ser especialmente amplia y fina. Entre esos rasgos deben figurar el grado de honestidad y las estructuras ligadas al engaño y el autoengaño.

Explicar nuestros problemas, e incluso secretos, tiene efectos inmunitarios positivos y ejerce, a largo plazo, efectos beneficiosos positivos también para el humor. Las confesiones en muchas religiones, las psicoterapias, etc. son un ejemplo de ello. Cuando viajamos le contamos secretos a extraños porque jamás los hemos visto y, esto es fundamental, esperamos no volver a ver. Hay psicólogos que dicen que compartir nuestros pensamientos son experiencias de aprendizaje sumamente placenteras.

¿Qué ocurriría si tuviéramos que identificar nuestra identidad heterosexual en el caso de que así nos lo exigieran como ocurre, por ejemplo, en las Fuerzas Armadas de EEUU:

Aunque sólo sea durante un día, intente no mencionar a su cónyuge, su familia, su novia o su novio ante cualquier persona que conozca o con la cual trabaje. Esconda la foto que tiene sobre el escritorio, cambiar el género del pronombre que usa para referirse a su cónyuge, vigile todo lo que dice o hace de modo que nadie se dé cuenta de que es heterosexual. Cierre la puerta de la oficina si tiene una conversación personal. Inténtelo. E imagine luego cómo sería actuar así durante toda la vida. Es atroz; deforma la mente y aniquila la autoestima. Estos hombres y mujeres arriesgan voluntariamente la vida para defendernos. Y les exigimos vivir de esta manera

El autoengaño a veces nos sirve para no tener que culpabilizarnos. Los fumadores no quieren oír los daños acusados por el tabaco y hay personas que evitan hacerse el test del VIH para no oír malas noticias. En este caso, el autoengaño sirve para mantener y proyectar una imagen positiva de nosotros mismos.

Cuando hay metas grupales comunes, como ocurre durante una guerra, el autoengaño es un elemento poderosísimo para aglutinar a la gente.

Disonancia cognitiva es cuando enunciamos argumentos para intentar racionalizar contradicciones. El expresidente Roosevelt arrancó de su hogar a miles de ciudadanos estadounidenses de origen japonés y los confinó en centros especiales durante la Segunda Guerra Mundial en previsión de posibles deslealtades. Nunca hubo ninguna prueba de ellas. La única que hubo fue la enunciada por un general del ejército: “El hecho mismo de que no se haya producido ningún sabotaje es un indicio inquietante de confirma que se producirá un sabotaje”

Habla de algunas compañías aéreas que no seguían las recomendaciones de seguridad de la FAA. Un experto comentó al respecto: “Mientras la sangre no llegue al río, la tendencia es ignorar el problema o convivir con él”.

El autor explica que la historia que se enseña en las escuelas poco o nada tiene que ver con la realidad. Por ejemplo, los libros de historia de los EEUU sólo suelen dedicar al periodo de esclavitud apenas un párrafo y suelen excluirse los conflictos. Al final, la historia es una especie de ejercicio de autoalabanza. El autor, en la escuela, en la década de los años 1960 leía libros cuyo título eran, por ejemplo: La democracia estadounidense: sistema ejemplar. No hace falta leer el el libro para saber que el resumen del mismo es saber por qué son la nación más grande y el pueblo más extraordinario que haya en la Tierra.

No es cosa sólo del pasado. Hay más países que continúan con el autoengaño. Turquía anuló contratos militares con Francia por valor de 7.000 millones de dólares esta última aprobó una ley que reconocía el genocidio armenio por parte de los turcos. En la década de los 1990 todavía los supervivientes recordaban las atrocidades.

Hay pruebas contundentes de que los japoneses, durante la Segunda Guerra Mundial, montaron un sistema de esclavitud sexual en los territorios conquistados de Asia. Las mujeres nativas de cada lugar —chinas, coreanas, indonesias, etc.— eran obligadas a satisfacer las necesidades sexuales y los invasores, muchas veces a punta de bayoneta. Se referían a ellas eufemísticamente como “mujeres de consuelo”. Algunas de aquellas mujeres eran golpeadas, desnudadas y obligadas a prestar un gran número de servicios sexuales por día a soldados. En 1990 el gobierno japonés se negó a dar reparaciones, incluso a reconocer los hechos. Y está claro, si no reconoces el mal, no tienes nada que indemnizar. Finalmente, en 1993, el gobierno japonés reconoció que había organizado los “albergues de consuelo”, pero se negaron a las indemnizaciones.

El estudio de la historia no tiene la misión, por tanto, de mostrar los hechos reales, sino explicar una historia por la cual los diferentes países tengan un motivo de orgullo. Por falsa que sea. No ha existido un solo Holocausto, sino muchos.

Alguien ha dicho que en una guerra, la primera víctima es la verdad. En realidad, la verdad ya está muerta mucho antes de que la guerra comience. El autoengaño es un factor importante en todos los conflictos armados, en especial cuando se trata de lanzar una guerra ofensiva. Todos creen que la cosa durará cuatro días y que, obviamente, ganarán. Hay incluida una disciplina e la formación militar que se dedica al estudio de la incompetencia militar.

El Banco Mundial aconseja a los países en vías de desarrollo que abran sus mercados a la importación de bienes extranjeros y reduzcan drásticamente las disposiciones del estado de bienestar. Cuando ese programa se pone en práctica y fracasa, el diagnóstico es simple: “Nuestro consejo era bueno, pero ustedes no pudieron aplicarlo con suficiente rigor”. Con semejante procedimiento, el riesgo de que las teorías sean refutadas es mínimo.

La ciencia tiene una serie de mecanismos que la protegen del engaño y del autoengaño, pero no deja de ser vulnerable a la creación e pseudociencias, por no hablar de las imposturas lisas y llanas. No obstante, a largo plazo, la falsedad no tiene posibilidades y por esa razón, con el tiempo, la ciencia supera a otras empresas humanas que compiten con ella.

Cuando un gobierno o una empresa hacen campaña de ventas, los objetivos menores como la seguridad se dejan de lado.

Y si creemos que nosotros estamos fuera de toda esta vorágine, basta hacernos una pregunta: si fuéramos capaces de hacer una autocrítica, ¿qué admitiríamos?

Me ha encantado este libro porque es de aquellos que abre los ojos a la realidad, en un lenguaje sencillo, muy documentado y entretenido. Un libro largo. Recomendado para todos los públicos.

Portada del libro

Título: La insensatez de los necios
Autor: Robert Trivers
Traducción: Santiago Foz



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