[Libro] Un día en la vida del cuerpo humano

Publicado el 11 de septiembre de 2014 en Libros por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 8 minutos y 38 segundos
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Tenía un poco de prejuicios a la hora de encarar este libro porque la autora no he visto que tenga la carera de biología o medicina pero, por otro lado, había leído buenas referencias de él. Y para quitarse un prejuicio, nada mejor leerlo y decidir por mi mismo. Y me descubro: ha sido fantástico. Os hago el habitual resumen.

Tal y como el sentido del oído es un centinela de alerta (normalmente utilizamos despertadores que alertan con sonido) no podemos decir lo mismo del sentido del olfato: no es capaz de alertar a una persona que duerme. Y como muchos tiramos del despertador, los científicos del MIT han diseñado uno llamado “Clocky” que se desplaza con unas ruedecitas escondiéndose cada vez en un lugar diferente de la habitación.

Nuestro cuerpo es tan hábil para mantener su temperatura relativamente constante que un campeón de natación como Lyanne Cox puede conservar su calor corporal en los gélidos mares antárticos y un corredor de maratón puede mantener su frescor a 48,8ºC en el Valle de la Muerte.

Con el sistema tricromático que tenemos, los humanos podemos distinguir unos 2,3 millones de gradaciones de color. En el segmento rojo/verde somos tan sensibles que podemos percibir la diferencia en un 1% de la longitud de onda.

Cuando oímos que alguien nos llama y nos volvemos hacia donde viene el sonido es porque el cerebro percibe la diferencia de tiempo en la que dicho sonido ha llegado a los dos oídos. Aunque parezca mentira, podemos detectar diferencias de unos pocos microsegundos, lo cual nos permite distinguir sonidos que se encuentran separados apenas unos grados en el espacio. Nuestra capacidad para oír depende de células “ciliadas” y son relativamente escasas: unas 16.000 en cada oído. Son menos células de las que tenemos en una escama de piel seca, lo que da una idea de la vulnerabilidad de estas, ya que cuando se dañan por infecciones, drogas, envejecimiento o sonidos fuertes, se pierden para siempre.

Los ruidos que hacen estas células ciliadas no los oímos porque el cerebro los filtra. Vamos, que oímos lo que nos interesa.

Los sentidos no son totalmente independientes, sino que que se complementan. No tendría el mismo sabor un zumo de naranja si no fuéramos capaces de olerlo, así como comentamos que la comida nos entra “por los ojos” (esto lo digo yo).

También filtramos la información. Nuestros sentidos reciben unos 10 millones de bits de información por segundo, pero conscientemente sólo procesamos entre 7 y 40 bits.

Tenemos capacidad para estimar el paso del tiempo, pero este mecanismo puede verse afectado por la temperatura. Esto lo descubrió un médico cuando su mujer cayó gravemente enferma con fiebre muy alta y fue a comprarle unas medicinas. Cuando volvió al cabo de 20 minutos, su mujer le preguntó por qué había estado ausente durante horas. El médico le dijo que estimara un minuto contando hasta 60 a un ritmo de un número por segundo. Su estimación era de 30 segundos. A medida que la fiebre bajaba, los resultados mejoraban.

A nuestro cerebro le cuesta hacer dos cosas a la vez. Leer es mucho más automático y que reconocer y nombrar los colores. Por ejemplo, si tenemos la palabra “azul” escrita en rojo, tardamos menos en leer el texto que en decir el color. Se llama efecto Stroop. Dicen que la CIA utilizaba este test en los años 1950 para descubrir a los espías rusos; los nombres estaban escritos en ruso y si los participantes iban más despacio era signo de que conocían la lengua, con lo que pasaban automáticamente a ser sospechosos.

Los estudios de imágenes cerebrales funcionales han acabado con el mito de que empleábamos el 10% de nuestro cerebro.

Antiguamente se creía que el instinto de comer se originaba únicamente en el estómago. Sin embargo, el neurocientífico Charles Sherrington observó que el hambre persistía incluso en aquellas personas a las que se había extirpado quirúrgicamente el estómago.

Ya en 1912, los exámenes post mortem de sujetos extremadamente obesos revelaron lesiones en el hipotálamo, sugiriendo que esta parte del cerebro podía tener su importancia en la regulación del apetito. Una de las estrellas entre las hormonas del hambre es la grelina. Algunos científicos afirman que es la hormona “engordante”. Dicen que la sensación de hambre no se desencadena por el vacío del estómago, sino por el aumento de grelina. Y es el cerebro, entonces, el responsable.

Por término medio, pasamos sólo una hora al día masticando (una sexta parte de las que pasa el chimpancé para la misma ingesta calórica). Y en esa única hora no generamos demasiada fuerza, pues la comparando la fuerza a ejercer para comer una patata ruda o una cocida reduce la tenión en los molares en un 80%. Según un estudio del antropólogo Dan Libermann, cuando dio una dieta blanda a unos pequeños animales peludos llamados hyracoideas o damanes, descubrió que desarrollaban un morro más delgado y huesos más cortos que las hyracoideas que había alimentado con dieta cruda. De hecho, afirma que desde ael paleolítico nuestro rostro ha reducido su tamaño en un 12% y la mayor parte ha tenido que ver con la boca y con la mandíbula. Sin embargo, los dientes se han conservado en cantidad y tamaño, lo que provoca dientes apiñados y otras enfermedades dentales.

Los sucesos de la digestión fueron descritos por primera vez por William Beaumont, cirujano del ejército norteamericano, quien adquirió una excelente perspectiva gracias a la desgracia de un cazador canadiense de 19 años llamado Alex S. Martin. Una mañana de junio de 1822 fue llamado porque al cazador se le había disarado su escopeta en el abdomen volándole, según Beaumont, integumentos y músculos del tamaño de una mano humana.

Parecía que iba a morir, pero St. Martin sobrevivió dejándole, sin embargo, un agujero permanente en el estómago. Tenía que conectarse a una especie de válvula del tamaño de un dedo índice para que los alimentos no le rezumaran durante las comidas. Dicho agujero permitió a Beaumont observar el estómago hasta una profundidad de unos 12-15 cm y desarrollar más de un centenar de experimentos sobre el funcionamiento del estómago, sus secreciones y el proceso de digestión.

De todas las células que componen un cuerpo humano sano más del 99% son en realidad microorganismos que habitan en la piel, los intestinos y otros sitios. El intestino delgado está densamente poblado, con 100 millones de células bacterianas por mililitro; pero el intestino grueso tiene una densidad de dichas células 1000 veces mayor.

El estrés debilita el sistema inmune.

Parece ser que la mayor tolerancia en hombres que las mujeres de tolerancia al alcohol deriva de la diferencia en masa corporal y quizá algunas divergencias en las sustancias químicas.

A menudo olvidamos los nombres, pero raramente olvidamos las caras. En una fiesta con muchas personas, en una fracción de segundo podremos señalar a los que conocemos. Este reconocimiento es independiente de la vista, edad, luz y postura. Las máquinas no pueden hacerlo. Hay personas, no obstante, que sufren olvidos permanentes de las caras. Existen personas que no consiguen reconocer ni recordar las caras de sus amigos y siempre le parecen nuevos y extraños. Se llama prosopagnosia. Saben que las personas tienen cara, pero no pueden decir nada de ella.

Lo que hacen es utilizar otras estrategias de reconocimiento no facial, como la forma de caminar, el peinado, la silueta del cuerpo, sus peculiaridades y maneras y el tono de voz; pero muchas veces fallan.

Estas personas tratan de evitar las fiestas. Heather Sellers se enteró de que tenía este síndrome con 40 años. De hecho, si no sabes cómo reconocer un rostro, no necesariamente sabes que no estás haciendo lo que hacen los demás; pero tropezó con descripciones de este síndrome mientras investigaba la esquizofrenia para un personaje de ficción en una novela. Cuando leía las descripciones se asombraba de la precisión con la que se relataban sus propias experiencias; así que se presentó en Harvard donde fue oficialmente diagnosticada en 2005.

Para Sellers, lo desconcertante no es que ella no pueda reconocer las caras, sino que los demás sí podamos hacerlo. Para ella, este reconocimiento es tremendamente complicado.

La mirada y el reconocimiento son muy importantes. Somos los únicos animales cuyos ojos señalan lo que están mirando. El blanco de nuestros ojos que resalta el iris nos indica instantáneamente la dirección de la mirada de alguien.

Tenemos receptores del tacto en casi todas partes, registrando sensaciones de presión, dolor, calor y frío. Es el primer sentido que se desarrolla en el feto y el último que nos abandona. Probablemente sea el más importante para nuestro bienestar.

Los niños rumanos privados de tacto no logran progresar. Cuando los científicos visitaron los miserables y abarrotados orfanatos de Rumanía después del derrocamiento del régimen de Ceauchescu, descubrieron que cientos de bebés a los que raramente o nunca tocaba nadie sufrían una discapacidad en cuanto a su desarrollo mental (…). Aunque había muchas causas para su trauma, a deficiencia de tacto parecía jugar un papel clave en exacerbar su estrés.

Por el contrario, el tacto abundante, sobre todo masajes, tiene un montón de beneficios para la salud. El tacto es tan antiguo como la propia vida, remontándose a las criaturas unicelulares que fueron adquiriendo sensibilidad a los hundimientos o presión en su capa externa protectora.

Las terminaciones nerviosas del tacto están distribuidas por todo el cuerpo pero se agrupan con mayor densidad en los labios, lengua, puntas de los dedos, pezones, pene y clítoris. El neurofisiólogo sueco Hâkan Olausson y sus colegas estudiaron a una paciente de 54 años que había perdido la sensación en sus receptores táctiles. No detectaba presión ni cosquilleo y negaba tener sensibilidad táctil alguna en el cuerpo por debajo de la nariz. No obstante, era capaz de detectar la débil sensación del ligero tacto de piel contra piel y afirmaba encontrarlo agradable. Esto parece indicar que nuestro cuerpo posee un sistema de receptores independiente de los nervios que perciben presión y vibración.

La razón de por qué algunas mujeres alcanzan el orgasmo durante el coito y otras no sigue siendo un enigma. Un equipo del St. Thomas Hospital de Londres preguntó a miles de gemelas cuántas veces alcanzaban el orgasmo en sus relaciones. La mayoría respondió que de forma infrecuente; un pequeño porcentaje afirmó tenerlo siempre y un último porcentaje pequeño afirmó que nunca. Al examinar los resultados entre gemelas idénticas y no idénticas el equipo descubrió una clara influencia genética que explicaba entre el 35% y el 45% de la variación. Los orgasmos, realmente, no se dan en los genitales, sino en el cerebro. Una mujer de 44 años afirmaba que había tenido episodios recurrentes de orgasmos sin relación alguna con una actividad sexual, una vez cada dos semanas; y tampoco fueron placenteros ni satisfactorios porque escapaban a su control. Hubo ocasiones en que lo experimentó mientras conducía y tuvo que parar el coche.

Constantin von Economo, un neurólogo austríaco (recomiendo leer la entrada de este personaje en la wikipedia en inglés) fue el primero en identificar el área del cerebro en la que existe una especie de interruptor del sueño en personas con una enfermedad llamada encefalitis letárgica. Es una forma de enfermedad del sueño que azotó Europa allá por los años 1920. La mayoría de pacientes del doctor Economo dormían veinte o más horas al día y descubrió que aquellos pacientes tenían lesiones en el hipotálamo.

Habla también de los ritmos circadianos, pero no quiero extenderme más y lo dejaremos para otro artículo. Un libro muy interesante. Recomendado para todos los públicos.

Portada del libro

Título: Un día en la vida del cuerpo humano
Autora: Jennifer Ackerman
Traductora: Blanca Ribera de Madariaga



Hay 2 comentarios a '[Libro] Un día en la vida del cuerpo humano'

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  1. #1.- Enviado por: Ruben

    El día 18 de septiembre de 2014 a las 18:45

    Quizás vale la pena detenerse en lo que sucede tras un tratamiento con antibióticos y parece evidente que justo después del tratamiento hay siempre un aumento de los gérmenes resistentes que llega al máximo entre las dos semanas y el mes de haberse suspendido; a los dos meses empieza su disminución progresiva para, al cabo de los 6 meses aproximadamente, haberse restablecido una flora similar a la de antes del tratamiento. Por lo tanto el peligro real es que durante un periodo de meses va a existir por un mecanismo puro de “selección de especies” una cierta prevalencia de gérmenes que son potencialmente capaces de “contaminar” otros gérmenes que no son de su descendencia directa. Salud!

  2. #2.- Enviado por: R. Llagostera

    El día 22 de octubre de 2014 a las 18:10

    Me ha impresionado la historia de los niños rumanos tras la caida de Ceucescu. Que niños sin contacto físico afectuoso tengan más problemas que los demás en su desarrollo me ha impactado.

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