Sophia Kovalevsky

Publicado el 18 de abril de 2005 en Historias de la ciencia por omalaled
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Sophia Kovalevsky (o Sonya, como llegó a ser conocida en Suecia), fue la tercera mujer catedrática de matemáticas en una universidad europea, 17 años antes que se le concediera un puesto similar a Marie Curie. Su vida es digna de novela romántica.
 
Nacida en 1850, no mostró ningún signo de precocidad matemática como suele ser habitual en estos casos. De niña, antes que su familia se trasladara al campo repintaron y empapelaron la casa donde vivía, pero como no habían calculado muy bien la cantidad de papel, dejaron las habitaciones de las niñas sin empapelar. Quisieron encargar más papel, pero durante ese tiempo la redecoración terminó. No hacía falta que el papel de estas habitaciones fuera especial, así que optaron por poner papeles viejos que tenían en el desván acumulados durante muchos años y en desuso.
 
Resultó que estaban almacenadas las notas litografiadas de un curso de cálculo diferencial impartido por Mikhail Vasilievich Ostrogradsky (recordad el teorema de la divergencia de Gauss-Ostrogradsky), al que había asistido su padre de joven. Con esas hojas empapelaron la habitación cuando Sophia contaba con ocho años.
 
Le encantaba mirar esas hojas, le parecían jeroglíficos que debían significar algo muy sabio e interesante. Permaneció frente a ellas horas y horas, leyendo y releyendo lo que allí había escrito. Aprendió de memoria mucho de lo escrito. Cuando empezó a recibir clases de cálculo, su profesor se quedó sorprendido de la rapidez con que asimilaba los conceptos. “Tú los has entendido como si los hubieras sabido de antemano”, le decía.
 
Su padre tenía prejuicios contra las mujeres instruidas y quiso que los estudios matemáticos de Sophia finalizaran. Su institutriz vigilaba para que así fuera. De su mentor consiguió el libro “Curso de Algebra”, de Bourdon y por las noches, mientras los demás dormían, ella lo estudiaba con la poca luz que podía dar una lámpara o una linterna.
 
Un día, el profesor Karl Weierstrass, se quedó muy sorprendido cuando la joven señorita se presento ante él pidiendo ser admitida como alumna suya de matemáticas. En la Universidad de Berlín no estaba permitida la presencia de mujeres; el ardiente deseo de Sophia por aprender de quien era considerado como el padre del análisis matemático moderno la llevó a pedir al maestro que le diese clases particulares. El profesor Weierstrass sintió cierta desconfianza por esta desconocida solicitante, pero prometió darle una oportunidad y, como prueba de ello, le entregó algunos de los problemas que tenía preparados para los alumnos más avanzados de su seminario de matemáticas. Estaba convencido que la muchacha no podría resolverlos y no volvería por allí, así que se olvidó de ella. Una semana más tarde, la muchacha llamaba de nuevo a su puerta para comunicarle que ya había resuelto todos los problemas. No la creyó, pero la invitó a sentarse a su lado para poder examinar las soluciones una a una. Comprobó que no sólo eran correctos todos los resultados, sino que, además, la forma de resolverlos había sido aguda e ingeniosa.
 
Junto a Weierstrass obtuvo su doctorado con 23 años e hizo tres artículos de investigación. En uno de ellos hizo una generalización del trabajo del francés Agustin Cauchy y ahora se le conoce como teorema de Cauchy-Kovalevsky, elemento básico en ecuaciones con derivadas parciales. También hizo contribuciones a la física en la teoría de propagación de la luz en medios cristalinos y “sobre la rotación de un cuerpo sólido en torno a un punto fijo”, por el que recibió un premio de la Academia Francesa de Ciencias. Era el mayor reconocimiento científico que le podían dar. En vez de darle 3000 francos, como a su predecesora Sophie Germain, le dieron 5000. Sus artículos publicados en 1884 recibieron elogios incluso de Henri Poincaré.
 
Fue, sin duda, una matemática apasionada. Pero también tuvo otra pasión: la literatura. En Estocolmo publicó varias novelas, un drama y diversos artículos en revistas literarias suecas.
 
Murió de neumonía a los 41 años de edad en 1891.
 
Fritz Leffler escribió:
 

Mientras los anillos de Saturno brillen todavía,
mientras los mortales respiren,
el mundo siempre recordará tu nombre.

 
Toda una mujer, ¿no os parece?
 
Fuentes:
“Eurekas y Euforias”, Walter Gratzer “Matemática es nombre de mujer”, Susana Mataix



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