La mente de Galileo

Publicado el 18 de enero de 2005 en Historias de la ciencia por omalaled
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Supongamos que Aristóteles tenía razón. La bola pesada llegará al suelo antes, lo que quiere decir que se habrá acelerado hasta lograr una velocidad mayor. Peguemos entonces la bola pesada y la ligera. Si ésta es más lenta, retendrá la pesada y caerá más despacio. Sin embargo, se ha creado un objeto más pesado que debería caer más deprisa. ¿Cómo resolvemos este dilema? Sólo hay una solución que satisface ambas condiciones: que su aceleración sea la misma. Así funcionaba la mente de Galileo.
 
Siendo niño, mostró ya una habilidad inusitada en el diseño de juguetes. De mayor tocaba el órgano y el laúd, escribió poemas, canciones y crítica literaria, e incluso destacó como pintor. Para averiguar la ley del cuadrado del tiempo en la caída de los cuerpos pensó que los podría en planos inclinados y mediría tiempos. Sólo tenía que ir a una tienda y comprar un cronómetro. El problema era que faltaban 300 años para su invención. ¿Sabéis cómo lo hizo?, resulta que su padre le había enseñado música y había aprendido a llevar el tiempo así que dispuso sobre los planos inclinados cuerdas de laúd y sólo tenía que ponerlas de manera que según bajara la bola, sonaran a tiempos iguales. Un experto músico (y Galileo lo era), podría distinguir hasta un sesenta y cuatroavo de segundo. Ahora tenía que medir distancias. Hizo esto con diferentes inclinaciones y distancias, y concluyó que la ley de caída de los cuerpos iba con el cuadrado del tiempo.
 
Sin embargo, aparte del Principio de Relatividad que lleva su nombre y ser inventor del telescopio que también lleva su nombre, fue un gran astrónomo. Las noches del 4 al 15 de enero de 1610 deben quedar como unas de las más importantes de la historia de la astronomía. En esas fechas, con un telescopio nuevo y mejorado que había construido él mismo, Galileo vio, midió y siguió la trayectoria de 4 “estrellas” minúsculas, que orbitaban alrededor de Júpiter (sus lunas). Si había cuerpos que orbitaban alrededor de Júpiter, la idea que todos los planetas y estrellas giraban alrededor de la Tierra era falsa. Esta conclusión convirtió a Galileo a la concepción copernicana, haciéndose gran defensor.
 
Cuando llevó su telescopio a Roma en 1611, los miembros de la corte papal se quedaron anonadados. ¿Cómo iba a haber rudas montañas sobre la faz celestial de la Luna y manchas en el perfecto Sol?. “Miren ustedes mismos”, les dijo Galileo. “Miren por el instrumento”. Algunos afirmaron que las lunas de Júpiter no podían verse a simple vista. Si el instrumento permitía verlas, es que estaba mal.
 
La larga y compleja historia de su conflicto con la autoridad reinante se ha contado muchas veces. Lentamente, el anciano se postró de rodillas ante los jueces de la Inquisición. Con la cabeza inclinada hacia adelante, recitó con voz cansina la fórmula de rigor: negó que el Sol fuese centro del universo y admitió que había sido un error enseñarlo así; negó que la Tierra giraba en torno a su eje y alrededor del Sol, y admitió que había sido un error enseñarlo así. Aquel día, el 22 de junio de 1633, los clérigos que formaban el tribunal de la Inquisición en Roma sintieron que habían conseguido una victoria. No volvió a importunar a la Iglesia con ideas heréticas.
 
La Iglesia le sentenció a prisión perpetua por sus creencias astronómicas (la sentencia se conmutó por arresto domiciliario permanente). Murió el 8 de enero de 1642.
 
Hasta 1822 no declaró un Papa oficialmente que el Sol podría estar en el centro del Sistema Solar. Y hasta 1985 (!) no reconoció el Vaticano que Galileo fue un gran científico y que había sido injustamente condenado por la Iglesia.
 
Fuentes:
“La partícula divina”, Leo Lederman
“Momentos Estelares de la Ciencia”, Isaac Asimov



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